jueves, 13 de octubre de 2011

Dejar ir

El proceso de desprenderse de algo es por cierto difícil. Los seres humanos solemos ser muy posesivos, y ademas nos apegamos a nuestro entorno; la rutina, la presencia de nuestras cosas y de nuestros seres amados, forman parte de nuestra seguridad. Por eso, cuando experimentamos una perdida, esa seguridad se resquebraja, en mayor grado cuanto mas grande es la perdida.

San Francisco de Sales, el fundador de la orden salesiana y patrón de los escritores y periodistas, decía: "¿Quieres que no os sea sensible la perdida de las cosas del mundo? No deseéis con ansia lo que no tenéis, ni améis con exceso lo que poseéis".

Esto puede aplicarse a muchas cosas, no solo a lo material. Amar en exceso, incluso a una persona, no siempre es algo saludable: no es amor, sino dependencia. El apego extremo hace mas dolorosa la perdida, porque esta es mas devastadora cuanto mas valor le damos a lo que perdemos.

Y sin embargo, lo hacemos. En ocasiones nos olvidamos de nosotros mismos para entregarnos por completo a una pareja. Cuando esta muere, o nos abandona, nos sentimos perdidos y vacíos. Como si toda nuestra vida tuviese valor solo en función de la presencia de esa persona. En estos casos, sufrimos la perdida mas destructiva de todas: nos perdemos también a nosotros mismos.

El amor saludable es aquel que deja ir, que respeta la libertad del ser amado. Bien decía Antoine de St. Exúpery, el creador del principito: "si amas algo, déjalo ir ...".

En la serie "los años maravillosos", alguna vez se dijo lo siguiente: "El recuerdo es una forma de preservar las cosas que amas, las cosas que te hacen ser lo que eres, las cosas que nunca quieres perder." Atesorar los recuerdos felices que tuvimos con aquello que perdimos puede ser una manera de conservarlos como parte de nuestra vida, aunque para algunas personas el ya no tenerlo es precisamente lo que hace mas daño.

Ese es el problema con el acto del desprendimiento, con ese "dejar ir": la falta física de lo perdido. Durante nuestra vida aprendemos muchas cosas, pero nadie nos enseña a lidiar con la perdida. Le ponemos demasiado valor a lo que tenemos, o desarrollamos con las personas por una tremenda relación de dependencia.

No esta mal llorar una perdida; es natural extrañar la presencia de alguien amado. Pero no tenemos derecho a que esa perdida empañe el resto de nuestra vida. Doloroso como parece, debemos aprender a dejar ir.

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